José Luis López Bulla

Ángel Rozas, un hombre tranquilo, tuvo que pechar durante toda su vida con una serie de vicisitudes turbulentas: la dura postguerra en su infancia, la emigración a Barcelona, su compromiso revolucionario y antifranquista, la cárcel y el exilio, su empeño junto con otros trabajadores en fundar y desarrollar las Comisiones Obreras y la conquista de las libertades.
Rozas fue principalísimo fundador y dirigente de Comisiones Obreras de Cataluña. De esas Comisiones Obreras que deberían ser patrimonio inmaterial de Europa. Ángel Rozas y Cipriano García, los primeros responsables de los primeros y fecundos andares del nuevo movimiento de los trabajadores. Con toda seguridad el emblema de la generación fundadora de aquella nueva praxis unitaria en defensa de los intereses materiales y espirituales de los trabajadores. En el caso de Rozas con un estilo sencillo y, a la vez, pedagógico. Hombre de unidad, que era la consecuencia de sus primeras militancias en los movimientos obreros cristianos y en las filas de la vieja CNT. Rozas, autodidacta y, a la vez, educado en los colectivos obreros de vieja estampa que, en un momento dado, contribuye a imaginar y crear un nuevo paradigma: la asamblea como fuente de elaboración y decisión, la unidad trabajada sobre la base de la discusión razonada y la acción colectiva que se decida.
Ángel Rozas fue, durante su exilio, la cara pública del sindicalismo de nuevo tipo desde la Delegación Exterior de Comisiones Obreras (DECO). Un sindicalista respetado por dirigentes de la talla de Luciano Lama y Bruno Trentin, Georges Séguy y Henri Krasucky. Más todavía, nuestro Ángel Rozas fue un laborioso organizador del ingreso de CC.OO. en la Confederación Europea de Sindicatos.
Ángel Rozas fue un destacado dirigente comunista. Miembro del Comité Central del PSUC. Entendámonos: del comunismo de los sueños, no del comunismo de las pesadillas. Por su militancia en dicho partido la represión franquista se cebó con él, aunque él mismo construyó una paradoja que dejaba con la boca abierta a propios y extraños: «A mí nunca me persiguió el franquismo, fui yo quien le persiguió a él». Pues bien, digamos con Rozas que por perseguir al franquismo ingresó en el Penal de Burgos unos cuantos años. Siempre con su inseparable compañero Cipriano García, otro que también perseguía al franquismo.
Hace diez años que nos dejó. Me parece que lo estoy viendo en aquel 11 de Setiembre de 1967 de bracete con su compañera, Carmen Jiménez, intentando abrir la manifestación cuando sólo acudíamos los amigos, conocidos y saludados de Comisiones Obreras y del PSUC. Me parece que lo estoy viendo cuando la sesión de apertura del Primer Congreso de la CONC. Me levanto para pronunciar el informe y me dice por lo bajinis: «Pepe Luis, despacito y buena letra».