Javier Tébar Hurtado

Ángel Rozas es para muchos de nosotros una figura legendaria en la historia del movimiento obrero y sindical de nuestro país. Pude contar con su amistad durante más de dos décadas y colaborar con él en la creación del Arxiu Historic de Comissions Obreres de Catalunya. A principios de los noventa aquel proyecto era una pequeña utopía, hoy es una realidad. Del más de medio centenar de personas, la mayoría jóvenes que durante estos años han colaborado en los proyectos del Archivo desde entonces, no tengo dudas que la totalidad guarda un buen recuerdo de él. La participación de algunas de ellas en este homenaje que se ha organizado con motivo de los diez años de su fallecimiento y de la quinta edición del Premio Ángel Rozas en Ciencias Sociales para jóvenes investigadoras e investigadores es un ejemplo concreto de lo que digo.
Ángel fue pastor en el pueblo almeriense de Macael, obrero de la construcción en Barcelona, sindicalista en Cataluña, refugiado en París…, pero entre estas muchas cosas y otras, fue un sindicalista en el partido y un comunista en el sindicato. Su partido fue el Partit Socialista Unificat de Catalunya, su sindicato fueron las Comissions Obreres a las que, junto con otros, ayudó a construir desde principios de los años sesenta. Para evitar confusiones, debo aclarar que esto no significó que siempre pensara y actuara como tropa auxiliar de la política desde el sindicato a modo de “correa de transmisión”. De manera temprana tuvo claro, como le dijera a Gregorio López Raimundo en una reunión de la que el secretario general guardaba apuntes, que una vez se llegara al “socialismo en libertad” el sindicato tenía que seguir cumpliendo su papel crítico en la defensa de las condiciones de vida y de trabajo de la clase trabajadora. Vivió el sindicalismo como una razón apasionada.
De Ángel Rozas creo haber aprendido que la amistad se forja en la discrepancia y no en la unanimidad o en la adulación. Sobre este asunto me confesó reiteradamente: “Hemos sido muy sectarios…, no lo seas. Perder una amistad por este asunto, no paga la pena”. Está grabado en las largas conversaciones que mantuvimos en su casa, que era la casa de aquella mujer fuerte -conocida en la puerta de la prisión Modelo como “La Italiana” cuando formaba parte de las redes de solidaridad con los presos en plena posguerra- que fue Carme Giménez Tonietti. Cuando se comprometieron a casarse, se dijeron uno a la otra que su principal unión y preocupación continuaría siendo el Partido. El día de su peculiar boda hicieron las maletas y se fueron de “viaje de novios” a la Prisión Central de Burgos, a visitar a sus camaradas. Era otra época y, desde luego, otra manera de vivir. Tal vez convenga hoy recordarla para que no habite en el olvido.