Xavier Blanco Luque

El calendario señala el X Aniversario de la muerte de Ángel Rozas, pero hay personas que nunca mueren. No mueren sus sonrisas, no mueren sus deseos, no mueren sus ideas. Tuve la suerte de compartir con Ángel muchas horas: horas de amistad, horas de trabajo, horas de reflexión y sobre todo horas de enseñanza. Porque Ángel Rozas era un maestro; un maestro de la vida, de la superación, de la solidaridad, de la dignidad y de la lucha. Era un catedrático de lo sencillo. Te explicaba sus vivencias como el que explica un cuento para niños, sin pábulos, sin importancia: su niñez, la emigración, la militancia política y sindical, la dictadura, la cárcel, el exilio. También el sufrimiento.
Una vida dedicada a luchar por la libertad, por los derechos, por la dignidad de la clase trabajadora. Una vida dedicada a los demás. En exclusiva. Una vida que fueron muchas vidas. Una en cada momento histórico que le tocó vivir. Lo hacía como si fuera el destino el que le hubiera otorgado ese lugar, el que le hubiera concedido ese papel en el libro de la Historia. Cada mañana se levantaba dispuesto a representarlo, sin quejas, sin reclamaciones. El que le correspondía en cada momento. Siempre a la perfección. Porque las cosas son así y así deben de ser.
Ángel sufriría por ver este mundo que nos ha tocado transitar, sufriría por ver como la utilidad dominante, en nombre de un supuesto interés económico, mata la memoria del pasado, la sanidad pública, la enseñanza para todos, los derechos laborales y de ciudadanía, la fantasía, el arte, el pensamiento crítico y el horizonte de libertad que debería inspirar toda actividad humana. Sufriría, pero seguiría luchando, cada hora, cada minuto, cada segundo de aliento que le quedara. Él era un hombre de valores, de lealtades y de compromiso. Era un hombre de palabra. De él aprendí que el hombre se empobrece cada vez más mientras cree enriquecerse, que el afán de lucro es lo que nos esclaviza. Y que la libertad es lo que da alas a la esperanza. La libertad, ese anhelo que soñó durante tantos años, hasta que un día pudo tocarla con sus manos.
La esperanza. La libertad. La lucha. El compromiso. La dignidad de la clase trabajadora. El valor del trabajo. Bonitas palabras, que carecerían de significado si no fuera por personas como Ángel Rozas, que las convirtió en la guía de sus acciones. Si dejamos morir esas enseñanzas, si renunciamos a la fuerza generadora del compromiso colectivo, solo seremos capaces de crear un mundo enfermo y sin memoria.
No lo haremos Ángel. Somos los herederos de tu forma de ser, de tu compromiso y de tus valores. Nadie nos podrá arrebatar el horizonte.
Gracias, maestro.