Miguel Martínez Llanas

“Es que los detenían y los torturaban simplemente por defender el pan de sus hijos…Es que no hacen falta grandes argumentos para explicar lo que era aquel régimen miserable”
Ángel decía estas palabras – hace unos doce años – caminando despacio desde la boca del metro hacia su casa, marcando la ruta con la seguridad incierta del bastón.
Hablaba en tercera persona, como si él hubiese sido solamente un espectador de la infamia, como si su cuerpo no contuviera la huella de funcionarios arrogantes que no eran más que las uñas afiladas de las garras de la bestia negra.
Me viene a la mente la frase de Rosa Luxemburgo (“lo más importante es ser bueno”) en un momento en que la confusión se apodera de las plazas y el escepticismo es el siguiente charco y el que vendrá después…, y debemos sortearlo a cada paso. …Un momento ( y no es el primero en la historia) en que lo más vetusto y rancio de la derecha enarbola la bandera de la libertad contra un supuesto fantasma intransigente que viene del siglo XIX y amenaza con perturbar la calma de los parques y las piscinas climatizadas….y las sólidas columnas de la paz social se tambalean ante ciertos “bolcheviques comunistas bolivarianos” que pretenden alterar las reglas del juego registradas en una reforma que enciende y apaga las luces del estadio cuando conviene a los propietarios del estadio y suaviza con esencias perfumadas el amargo sabor del esclavismo laboral.
La frase de Rosa Luxemburgo, extraída de su contexto, podría confundirse con un mensaje cristiano, y es probable que cualquier dirigente de ese estado llamado Vaticano la hiciera suya después de extirparle el auténtico significado.
Nadie escupiría sobre esa frase, como nadie escupiría sobre la palabra “honestidad”, por más abyectas que fueran sus intenciones. Y Ángel fue de esos que agarran la palabra “honestidad” y, en vez de pronunciarla una y otra vez, la convierten en una forma de entender la vida. Honestidad en la fábrica, en el calabozo, frente a los golpes, en el archivo, en la discusión más encendida, en la conversación más serena, en el abrazo que convierte el conocimiento en pasión.
“Si…, al fin y al cabo, estamos en política porque no puede ser que alguien que se mata a trabajar no pueda comprar esa bicicleta a su hijo”. Está hablando Ángel, sentado en la ceremonia del debate, donde pude conocerlo gracias a un amigo común…A veces hablábamos todos a la vez, a veces el discurso viajaba a lugares ignotos, a veces olvidábamos el punto de partida…y Ángel era de los que más escuchaba, rechazando siempre el lugar iluminado del primer actor.
Honestidad para transmitirla a los jóvenes, injustamente olvidados tantas veces en el banquete de la sagrada experiencia. Chicos y chicas que dejaban caer la tarde reunidos con Ángel, que supo enseñarles lo que de ellos estaba aprendiendo…, sin apoyarse en manuales didácticos.
“Es que tiene razón- decía una de las chicas-,… Es que no tenemos que agradecer eso de haber nacido en democracia y poder decir lo que pensamos… No tenemos que agradecer lo evidente”
En estos tiempos en que es necesario luchar por lo más evidente (en Estados Unidos todavía están llenas las calles de gritos contra el racismo…..por poner solo un ejemplo) imagino la voz de Ángel comentando las últimas noticias, denunciando las últimas mentiras, celebrando la presencia de la amistad que, por serlo, maneja con dedos de niño las manecillas del tiempo….diez años en un instante….diez años con las palabras de Ángel, ahora preparando la pancarta….antes concretando la cita clandestina en una revuelta que no solamente era antifranquista…..porque, después de tantos años liberados de dictadores, esa bicicleta sigue siendo un sueño para muchas familias que engrasan cada día la cadena.